lunes, 11 de noviembre de 2013

La otra cara de Dubai

Trabajadores inmigrantes en Dubai: “nos chupan la sangre“
 Publicado el : 8 de noviembre 2012 - 10:11 de la mañana | Por Judith Spiegel (((C) Judith Spiegel))

 Su habitación tiene unos 10 metros cuadrados, las cucarachas entran y salen huidizas de una saca de arroz. En un rincón la televisión, en otro la nevera, y bajo una mesa coja algunos cacharros de aluminio.
En una de las tres literas se apilan maletas y mantas. El aire acondicionado es viejo y está cubierto de suciedad y grasa.

 Tres egipcios viven en este cuarto. Uno de ellos corta cebollas para la comida, otro prepara té para los invitados y el tercero simplemente espera desesperado y furioso. “Tenemos suerte, otros comparten cuarto con seis”, explica uno de ellos. Los “otros” son los cientos de miles de indios, paquistaníes, bengalíes y africanos que viven en Sonapur.
 El silencio reina
 Sonapur no se encuentra en el mapa. Parece que las autoridades de Dubai piensan que es mejor ignorar su existencia. Sí, esto es Dubai, y no quiere mostrar su lado oscuro. La gente que vive en Sonapur lo sabe, pero aquí reina el silencio. Sus habitantes han aprendido a callar.
 Todos ellos tuvieron que entregar sus pasaportes a las empresas que los contrataron y los trajeron aquí. Tienen miedo de perder su empleo si hablan con los periodistas. Todos ellos parecen cansados; la expresión de sus ojos es de miedo y desamparo. Están solos, lejos de sus familias, y no tienen absolutamente ninguna distracción en esta destartalada barriada de hormigón.
 Los que viven aquí son los constructores de Dubai: levantaron los hoteles donde nunca podrán alojarse, las casas que nunca podrán habitar. Ganan unos 1200 Dirhams al mes, unos 320 dólares, de los que envían una buena parte a sus familias. Aún así, dicen estar mejor que en sus propios países.
 Sin elección
 Nadim Udin, un benglái de 42 años, nos cuenta: “Llegué hace seis años, ahora soy electricista. Reparo los auriculares que se reparten en Emirates Airlines”. Nadim no tiene elección. “Mi familia es pobre y sólo Dubai nos ofrece un visado para trabajar. Bueno, ni siquiera ya eso últimamente”.
 Los hombres que se han acercado alrededor de Nadim miran con recelo. No les gusta que su amigo hable con extraños. Todo el mundo tiene miedo, incluso un corpulento inmigrante de Gana. En un apartamento cercano nos confiesa: “Usted es la primera mujer que veo en este campamento. Este lugar es horrible, pero no escriba mi nombre, por favor, a mi empresa no le gusta que hable de esto”.
 El lado oscuro de Dubai
Es un patrón, no sólo en Sonapur, sino en todo Dubai. “Es mejor no hablar de esto”, dice uno. “Tenga cuidado si toca este tema”, advierte otro. “No quiero que se publique mi nombre”, dice un tercero. Dubai puede parecer reluciente, pero esconde un lado muy poco brillante del que es mejor no hablar. Una expresión popular en la región del Golfo es que “si te callas la boca comerás miel”.
 Los activistas de los derechos humanos, como el abogado Mohammed al Mansouri, no se calló. Habló de las injusticias y la democracia y se encuentra detenido desde julio. Se desconoce su paradero, como el de decenas de otros presos políticos. Esta es la razón por la que, el pasado 23 de octubre, el Parlamento Europeo envió una resolución pidiendo a los Emiratos Árabes Unidos que respete los derechos humanos y las libertades fundamentales.
 Las autoridades de los Emiratos respondieron enfurecidas. El portavoz del Consejo Nacional Federal (FNC), una especie de parlamento consultivo, habló de “falsas quejas enviadas por el Parlamento de la Unión Europea, al que culpa de clara intromisión en los asuntos del país”.
 Mentiras oficiales
Respecto a los trabajadores extranjeros (otro problema planteado por la UE), el FNC respondió: “proporcionamos condiciones favorables la mano de obra extranjera mediante viviendas adecuadas, salarios justos y un entorno de trabajo humano”. Basta tomar un autobús hasta Sonapur para ver que esto es una burda mentira. Pero es mejor no decirlo en público.
 En la reducida seguridad de un taxi, el conductor Ahmed, de Pakistán, se atreve a hablar. “Después de un año me tenían que devolver el pasaporte, pero no lo han hecho. Si me quejo acabarán conmigo, me pondrán en una lista negra”. Ahmed trabaja 7 días a la semana, 12 horas al día. Si su supervisor encuentra una colilla en el taxi, tiene que pagar una multa de 200 dihrams. “Señora, nos chupan la sangre, escriba eso, por favor”.

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